La COVID-19 ha provocado en todo el mundo una crisis social y económica sin precedentes. Además, de sus otras muchas consecuencias, ha deteriorado la calidad de la alimentación de una gran parte de la población y, a la vez, ha agravado el problema del desequilibrio alimentario en el mundo.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) una de cada nueve personas lucha contra la hambruna y, sin embargo, más de 650 millones sufren obesidad en todo el mundo. La crisis económica puede agravar esta desigualdad, ya que limita el acceso a alimentos saludables por falta de recursos económicos en la población.
Rocío Bueno, coordinadora del equipo de Nutrición del Grupo HLA, explica que “el estilo de vida actual, con poco tiempo para todo, hace que empeore alimentación de los adultos y por ende la de los niños. A esto se le suma que cada vez tenemos más interiorizado uso de dispositivos electrónicos como entretenimiento, lo que reduce notablemente la actividad física y facilita que exista mucha publicidad enfocada a productos poco saludables, especialmente entre la población infantil. El confinamiento y las medidas de reducción de la movilidad para hacer frente a la pandemia han agravado esta situación”.
Los efectos del sobrepeso y la obesidad en la salud pueden verse reflejados en un aumento del riesgo de sufrir enfermedades no transmisibles (cardiovasculares, diabetes, algunos tipos de cáncer como mama, ovarios, próstata, colon, etc.). Además de patologías del aparato locomotor. En la población infantil pueden provocar dificultades respiratorias a la vez que se incrementan los riesgos de padecer de manera temprana hipertensión, fracturas y otras patologías como la resistencia a la insulina, entre otras.